Dicen que la curiosidad mató al gato. Yo le añadiría “y resucitó en tigre”.
La curiosidad mata. ¿De veras? Mata la duda, la incertidumbre, el hecho de no saber qué ocurre. Mata la espera, las medias tintas, las excusas y ese whastApp que nunca llega y dijiste que enviarías. Mata los te quieros de hoy y los te olvido de mañana. El aquí te pillo aquí te mato (pero literal) y luego búscate la vida bonita, bonito. Matan las promesas manías que de tanto repetirlas perdieron su dueño. Mata que me adores en mi cara y me critiques a mis espaldas. Matan las amistades de plastilina, la mano que te levantó del suelo y al final resultó ser un pie y los abrazos que nunca llegaron.
¡Yo quiero abrazos que me llenen de agujetas!
La curiosidad surge como un instinto de supervivencia que antecede a un pretexto indefinido que lo único que quiere es ser resuelto. Y es que no somos más que supervivientes en busca de respuestas.
¿Quiénes son las personas más curiosas de este planeta? ¡Los niños! Nacemos con esta cualidad intrínseca en cada poro de nuestra célula. Pero como todo, nos la merman. Nos hacen creer que hacer preguntas no está bien. Y que tener curiosidad tampoco.
Gracias a la curiosidad de algunas personas a lo largo de la historia se descubrió el fuego, la electricidad, la Teoría de la Evolución, la penicilina y un sinfín de hallazgos que cuanto menos han hecho cosas extraordinarias por los demás.
Imagínate por un segundo lo que tu curiosidad puede llegar a hacer por ti.
Cuestiónate las cosas. No dejes que la convicción se apodere de ti a la primera de cambio y sé por una vez, la oveja negra del rebaño o el patito feo que se convirtió en un precioso cisne.
Todos tenemos derecho a saber la verdad. O al menos, yo soy de esas personas que prefieren saberla aún doliéndome en los vértices más profundos de mi alma, que vivir engañada sobre una mentira o sobre una vida que no existe. Porque cuando sabes la verdad tú puedes elegir qué hacer. Eliges tu camino, tus pasos y la determinación que a partir de ese momento dibujarán tus actos. Nos hacen creer eso de que “ojos que no ven corazón que no siente” ¿De verdad lo crees así? ¿No sería mejor eso de, ojos que ven corazón que siente? Más real, más sincero. Honesto al fin y al cabo.
Ser cómplice de la verdad, aceptarla y ser consciente de muchas de las cosas que ocurren a nuestro alrededor supone pagar un alto precio. Muchos de nosotros vive mirando hacia otro lado, pasando por alto situaciones, malos gestos y unos bolsillos cargados de hipocresía con tal de no enfrentarse a la verdad. Ya que eso supondría muchos quebraderos de cabeza y aún muchos visten el pijama de la cobardía. Está muy bien que te engañes a ti mismo pero no me engañes a mí. La gente juega a su antojo con los sentimientos de los demás, sin importarle lo más mínimo su sentir, su querer, por no hablar de la apropiación indebida que hacen con el tiempo de los demás. Como si acaso sobrara, como si acaso se pudiera dar marcha atrás y volver a cumplir veinticinco años.
La curiosidad nos hace ávidos, inteligentes, expertos. Discrepo en eso de “entre menos sé más feliz soy”. Si lo que quieres es vivir inmerso en una ignorancia suprema entonces sí. ¿Quieres ser un ignorante toda tu vida? Muchos dirán “sí un ignorante feliz”. Déjame que te diga que la felicidad no reside en la ignorancia. La felicidad reside en tomar conciencia de todos los elementos que nos rodean, de todo eso que dijeron de nosotros, de vivir con los ojos abiertos y con la verdad sobre la mesa y aún así tener la capacidad de con todo, ser feliz. Con nuestras miserias, con nuestros tesoros, con todo lo que conforma cada latido de nuestro corazón. Así que un curioso siempre será más feliz que alguien que ni siquiera se plantea por qué las hojas de los árboles se caen en otoño.
Vivimos en una búsqueda continua de respuestas, surgiendo por qués que en ocasiones se nos atragantan en un millón de lágrimas. Pero el dolor pasa y te deja como recompensa un peldaño más de fortaleza.
Todos y cada uno de nosotros llevamos un tigre dentro. Un ser increíblemente fuerte, increíblemente capaz de hacer cualquier cosa que te propongas en la vida. Por muy dura que te parezca o por muy imposible que te griten las malas lenguas. Ese tigre no nace de la nada. A base de caídas, a base de equivocaciones, ese pequeño gato se va transformando. Se curte de experiencias y sus heridas serán las cicatrices de un mapa que dibuje en tu piel lo mucho que has vivido, lo mucho que has aprendido.
La curiosidad no mata a nadie.
Lo que mata es no tenerla.
Es la indiferencia. Ir por la vida sin ir. Ir por la vida sin preocuparse por nada ni por nadie. Es ir por la vida creyendo que el amor no existe y es vaciarte de ganas y de un querer que es posible a cualquier escala.
Aprendamos a caminar sobre unos pasos decorosos y vivamos la vida sin más pretensión que llegar a ser ese tigre que todos llevamos dentro. Aprendamos a que la curiosidad es sana, necesaria y que la búsqueda de tu verdad tendrá una grandísima recompensa al final del camino. Que no será otra que vivir la vida que te mereces. Con sus más y con sus menos, con fisuras o con alguna que otra piedra que bordear. Pero al menos tomarás la decisión correcta cuando lo asertivo se convierte en la mejor compañía de esas dudas que desaparecieron por siempre.
Así que yo dejo que… la curiosidad me mate y me convierta en tigre.
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